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Un país está hecho de lo público, lo visible, lo que atañe a todos los ciudadanos. Un país está hecho de su gente, que día a día se levanta, trabaja, busca su sustento, pero que también ofrece y aporta el fruto de su trabajo. Un país está hecho de los logros de cada individuo pero también de sus fracasos… está hecho de saberes, emociones, creaciones, y sobre todo, de voluntades.

Cuando caminamos por la calle vemos gente ir y venir, algunos distintos, otros semejantes, pero sin importar que nos parezcamos o no, hay algo que nos une siempre, algo que nos conecta con el otro, que nos conduce hacia el mismo destino. Cada historia, cada anécdota, cada pedacito de la vida del otro la veo reflejada en mí, porque sin importar de dónde venga, o cómo haya llegado hasta aquí, compartimos el espacio en una tierra que llamamos Venezuela. El que vende café, el ingeniero, el arquitecto, la maestra, el comerciante, todos compartimos este presente y este espacio, todos somos pueblo, y en cada uno de nosotros hay una marca que comenzó a cambiarnos la vida en 1998.

En nuestro país hemos sido testigo de los cambios que se iniciaron en las esferas públicas de la vida nacional, y que hoy se nos cuelan hasta en los rituales más cotidianos. En 1998 comenzaron los cambios en la Constitución (lo público), y hoy, los cambios alcanzan incluso algo tan privado como la higiene personal. Hoy, todos los aspectos de la vida del venezolano dependen en alguna medida de los caprichos de la burocracia del régimen. ¿Cómo llegamos a esto? Dejamos que el régimen tomara decisiones en todos los aspectos de nuestras vidas, y ahora vemos las consecuencias, todos los días. ¿Cómo salir de esto? El proceso es personal, pero hay que comenzar por perdonarnos por lo que no hicimos, o por lo que hicimos, y de allí ver a los ojos del otro, y perdonarle también. Claro, entiendo bien que el tema del perdón es complicado para quien no ha tenido justicia, y a ellos nada les puedo pedir, porque hemos sido nosotros, y han sido las instituciones las que les han fallado.

A esos con sed de justicia podemos ofrecerles acompañamiento, reconocimiento, visibilidad, porque uno de nuestros mayores pecados ha sido invisibilizar la injusticia y la virtud. Invisibilizar los problemas del otro porque es un escuálido, un tierrúo, un chavista, un… y también invisibilizar al que hace las cosas bien, porque, seamos sinceros, el verdadero milagro es que en este lodazal en que estamos aún halla gente decente. Pero hoy, miramos alrededor y todos estamos pasando por lo mismo, todos nivelados en el mismo calvario para sobrevivir, no hay quien pueda decir que su vida no se ha visto afectada. Hoy, las etiquetas no nos sirven de nada. Hoy es tiempo de iniciar una avanzada para cambiar esto que vivimos, para recuperar la República que pudimos ser, para ofrecer más que nuestro trabajo e integrarnos a una vida pública sana, donde la voz más fuerte sea la del ciudadano, donde el poder se ejerza desde las bases.

Hay conciencias inquietas, pre-ocupadas, y otras ocupadas… otras que a toda hora piensan en un cambio, en mostrarle a la gente que no está sola, que somos muchos los que queremos una Venezuela mejor. Lo único que nos debería igualar es la ley, y si vemos que ésta beneficia a alguien más que a nosotros, o a nosotros más que al prójimo, el problema está en quienes administras y hacen cumplir las leyes; por eso hay que luchar.

A esa gente que se siente perdida, podemos mostrarle lo que hacemos, lo que pensamos. A esa gente desesperanzada hay que mostrarle lo que la Venezuela decente hace después de ir a trabajar: reunirse, analizar, imaginar soluciones, planificar. Hay personas formadas en profesiones diversas que están ofreciendo su pericia, su experiencia, su trabajo, para, después de sus horas de oficina, imaginar con nosotros una Venezuela posible. Hay personas pensando en cómo recuperar el dominio de nuestras vidas, en cómo hacernos de nuevo dueños de nuestro futuro, y para lograr ese objetivo, todos podemos aportar algo, TODOS tenemos algo que vale, algo que ofrecer.


Hay que prestarle atención a quienes dan lo que tienen y lo que no, por organizarnos para que podamos conducirnos a un destino diferente al que el régimen nos impone, y hay que tener algo claro: la salida SÍ es posible. En cada ciudadano, es posible, en cada uno de nosotros, es posible.

 

Por Ana Aguilar 

En twitter: @anaguilar9